La historia del RELOJ

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relojDesde tiempo remotos, tratamos de contabilizar el paso del tiempo. Las civilizaciones antiguas lo hacían ligándolo a la alternancia del día y la noche, así como a los ciclos de la Luna. Pero poco a poco el ingenio de nuestros antepasados fue creando aparatos capaces de fraccionar los periodos de luz y tinieblas con exactitud creciente. El reloj entraba en escena.
Primero fue el reloj solar, que indicaba los momentos del día gracias al movimiento de la sombra del Sol sobre una superficie plana, con un cuadrante. Se cree que los chinos lo usaron unos 3.000 años antes de la era actual, empleándolo también los egipcios y los incas. Los cuadrantes tenían que modificarse según las diferentes latitudes terrestres por variar la inclinación de los rayos solares, y la medición en general no era muy segura porque la duración de los días es distinta en cada época del año.
Fue así que nacieron las clepsidras, unos recipientes que hacían las veces de reloj de agua y supieron usarse en Babilonia y Egipto primero, y luego en Grecia y Roma. El líquido iba pasando de un contenedor a un vaso o fuentón graduado, que a medida que se llenaba iba marcando las horas transcurridas. Un sistema similar solía usarse de noche, empleando velas marcadas.
Alrededor del siglo III de nuestra era apareció por fin el hoy famoso reloj de arena. Los relojes de arena más grandes eran capaces de medir el tiempo de todo un día.
En el siglo VIII el italiano Pacífico construyó un reloj accionado por contrapesas que fue obsequiado al rey Pipino el Breve por el Papa Paulo I. Hacia el 1300 estos mecanismos ya eran habituales en los relojes de algunas iglesias europeas, al punto que el reloj de este tipo más antiguo que se conserva todavía en buen estado de funcionamiento es el de la Catedral de Salisbury, Inglaterra, instalado en 1386. Pero el reloj de pesas ganaría eficiencia con el descubrimiento de la Ley del Péndulo, enunciada por Galileo Galilei hacia el 1600. Gracias a esto, el matemático y físico holandés Christiaan Huygens logró armar el primer reloj de péndulo en 1657, aplicando el sistema sobre un reloj de pared. Ya entonces, sin embargo, habían pasado unos cien años desde los primeros relojes a cuerda inventados en la ciudad alemana de Nüremberg, lo que permitía la construcción de relojes portátiles. De esta época viene la fama de Ginebra corno célebre centro relojero. Ya a principios del siglo XVII, la reputación de la relojería ginebrina atravesaba las fronteras del país y exponía sus creaciones en las ferias de Lyon y Francfort.
El avance del reloj había sido importante, aunque quedaban cuestiones sin resolver como el desgaste de las piezas y la consiguiente inexactitud en la medición del tiempo. Este aspecto logró modificarlo Nicolás Faccio en 1704, utilizando rubíes y zafiros como pivotes de los mecanismos de los relojes. La dureza de estas piedras redujo significativamente los errores por frotación y desgaste, significando una mejora importante en la industria relojera.
En 1840 Alexander Bain construyó un reloj eléctrico accionado por la atracción y repulsión eléctrica.
En los años ’30 Warren Alvin Marrison, le puso cristales de cuarzo a un reloj eléctrico. Así surge el reloj de cristal de cuarzo. Son relojes muy exactos, sólo se atrasan o adelantan 3 segundos al año. Hoy en día, contamos con una inusual variedad de tipos y calidades de relojes: artesanales, eléctricos, cronómetros, despertadores, de pulsera, atómicos, digitales… El reloj pulsera, por ejemplo, fue creado en 1904 por el relojero suizo Hans Wildorsf.
El reloj atómico comenzó a desarrollarse en 1946. Tiene una gran precisión, su márgen de error es de un segundo cada 300 años. Es el más exacto de todos los relojes que existen hasta ahora.
Por último, el uso de las propiedades del cuarzo en los relojes se inició en los Laboratorios Beil, en Estados Unidos, y a partir de 1980 se popularizó su uso en los relojes pulsera, que reemplazaron el clásico cuadrante redondo por una pantalla donde se puede efectuar una lectura directa de la hora.

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