La palabra «café» proviene del árabe «Kaweh«, que significa fuerza, vigor. Podría ser también la transposición de «Kaffa», nombre de una provincia de Etiopía, considerada generalmente como la patria del café. Una cosa es cierta: el café proviene de África, en donde, en ciertas regiones, – Angola, Camerún, Costa de Marfil, Uganda, Zaire – se lo encuentra aún en estado salvaje.
La historia del café, como la del cacao, llega a nosotros gracias a diversas leyendas. Según una de ellas, sus propiedades estimulantes habrían sido descubiertas por unas cabras que correteaban todas las noches después de haber comido las frutas rojas de un arbusto desconocido…
La historia del Café
La escena se habría desarrollado alrededor del año 800, en las colinas del Yemén. De hecho, el café era conocido sin lugar a dudas en el Oriente Medio mucho tiempo antes de nuestra era. Rhazés, un médico árabe, ya lo habría mencionado hacia el año 900 a.C.
En el siglo XV, el café se había convertido en la bebida favorita de los árabes. Apareció en Venecia hacia 1600, llegó a Holanda y luego a Inglaterra, en donde no tardaron en abrirse las «Coffee Houses», antepasados de nuestros cafés actuales. En Marsella fue al principio muy mal recibido, en particular por los vinicultores que temían que se convirtiera en su competencia; estos últimos, con la complicidad de los médicos, le atribuyeron efectos tan negros como su color, acusándolo de «disolver la humedad del cerebro, de quemar la sangre y provocar el adelgazamiento…».
Estas calumnias no evitaron que el café tuviera, en Francia y en otros países, una brillante carrera. En Viena fue introducido por los turcos. Estos abandonaron 500 sacos después de su derrota frente a los muros de la ciudad en el año 1687. Así nació la moda del llamado «Café vienés» y se tomó la costumbre de servirlo con «croissants», en recuerdo de la media luna de la bandera otomana.
Desde entonces, el uso del café se extiende a todos los países de Europa. Se degusta el café en la corte del rey Luis XIV. Es la época en la cual un caballero italiano, Procopio del Coltelli, abre en París el primer café – el famoso café Procope – puesto al estilo y para los gustos de su tiempo con gran refuerzo de lámparas y espejos, y que debían frecuentar tantos nombres célebres, desde La Fontaine, Rousseau, Voltaire, hasta Bonaparte, sucediendo a Roberspierre y Dantón… La corte de Luis XV hizo del café su bebida predilecta, siguiendo el ejemplo del rey mismo que «lo tostaba y lo preparaba con sus reales manos en una cafetera de oro».
A principios del siglo XVIII, Arabia conservaba el monopolio de la producción del café, planta rara, frágil en el transporte y difícil de aclimatar.
En 1690, la Dirección de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, en la persona de Nicolás Witsen, hizo enviar varias plantas de café a Batavia. Desde allí se extendió la producción de café al Extremo Oriente.
Posteriormente, los holandeses mandaron otras plantas a Surinam, en la Guayana holandesa. Otras aún, ofrecidas a Luis XIV, debían echar raíces en las Antillas, gracias al Abad Pierre de Chirac, célebre botánico y médico del rey, que les había confiado al Capitán de Clieu, gobernador de la Martinica.
Muy deprisa, la cultura del café se propagó a las islas vecinas, luego a Colombia y a Venezuela. En 1722, un evadido de la prisión de Cayena, refugiado en la Guayana holandesa ofreció granos de café a cambio de su libertad: el café entró así en la Guayana francesa.
El mayor productor de café del mundo
En Brasil fue introducido en 1727 por el Sargento primero Francisco de Melo Pahleta. Se cuenta que éste, estando en misión en la Guayana, había ganado los favores de la esposa del gobernador. Como regalo de despedida, la mujer le habría ofrecido un ramo de flores que escondía algunas ramas de la preciosa planta. Es así como en una historia de amor se encuentra quizás el origen del cultivo del café en un país que se ha convertido en el mayor productor del mundo.